miércoles, 4 de febrero de 2015
Devuélveme las alas.
Teníamos solo diecisiete años cuando pasábamos horas lectivas sentados en la mesa de cualquier bar discutiendo los pasos que queríamos dar en el futuro. Soltábamos todo aquello que no queríamos contar a nadie más, no fuese a ser que nos acusasen de locura, sabiendo que el otro nos tomaría en serio, dándonos su opinión; sacaría su cuchillo, desplumaría todo aquello en lo que no estuviese de acuerdo y nos diría lo que pensaba sin una sola mentira.
Eran discusiones sobre proyectos con los que arreglar el mundo, cada uno a su manera, distintos caminos. El tuyo justificando los distintos caminos con la consecución del fin; yo negándome a que se derramase una sola gota de sangre. Tú tan de llegar a la cúspide de esta sociedad al precio que fuese, yo tan de tirarlo todo y construirlo de nuevo.
Y me di cuenta, cariño, y mirándote fijamente te lo dije aquel día delante de un café frío y un refresco al que se le habían escapado las burbujas: lo conseguirás, conquistarás el mundo.
Buscaste algún rastro de duda o burla en mi mirada, pero no la había. Te entregué las alas aquel día.
Pero no te dije lo otro que sabía: que yo no estaría a tu lado. sino que te vería a través del televisor.
Hoy, sentada frente a la pantalla con mi hija, de la que un día soñé que serías el padre, das tu discurso y pronuncias las palabras, ese agradecimiento que me prometiste y que solo yo entendería. Lo has logrado, has llegado a lo más alto, pero tus ojos han perdido ya aquel brillo de buena voluntad, y el juego te ha vencido.